miércoles, 30 de junio de 2010

Cartas que siempre esperé

Todos hemos esperado alguna vez una carta... Incluso puede que alguna de esas cartas que esperábamos nunca llegara (yo, personalmente, tengo muchos pellizcos en el corazón). He terminado de leer estos días Cartas que siempre esperé de Maria de la Pau Janer. Es un libro que te engancha desde el principio, que va dejando entrever misterios y secretos y te deja pegado al papel durante páginas y páginas. La historia parte de una carta que llega demasiado tarde a su destino, de una mujer que muere esperando, de un hijo que vive a la sombra de esa misiva... Y estos días he pensado mucho en la cantidad de cartas que he recibido a lo largo de mi vida; también en las que yo he escrito, en las que nunca escribí y en las que dejé escondidas en una caja sin darles la oportunidad de que llegaran jamás a su destino (que son demasiadas). Cartas que iban dirigidas a familiares y amigos que quise y quiero, cartas de amor, de desamor, de buenos deseos, de felicidad, de tristeza, de ausencias... De vida en definitiva.
Especialmente he buscado y releído algunas cartas que para mí, estos días, cobran más sentido que nunca. El día 24 de junio se me fue un amigo, de esos especiales, de esos que a pesar de los años sin contacto siguen ahí, recordándote que hubo un tiempo en que la vida podía reir y sangrar al mismo tiempo. Un amigo que fue también mi amor en una época de mi vida, la primera juventud, en que el dolor desgarra cuando llega y la felicidad desborda sin mesura para jamás quedarse de forma definitiva. Todo con él fue así, del cielo al infierno, de la sonrisa más sincera al llanto más infinito. Me quiso. Le quise. Me odió y le odié como sólo un adolescente puede hacerlo, con la vida abierta en canal. No nos tocó vivir lo mejor de nuestra existencia, lamentablemente los planetas nunca se alinearon a nuestro favor, no tuvimos suerte, no pudimos ser. Pero me quiso y le quise y lo fuimos todo el uno para el otro. Ahora tenía 36 años, toda una hermosa vida por delante, una hija de ojos profundos y limpios y una buena mujer al lado. Su corazón se paró. Su corazón que siempre había albergado todo de todos, su corazón que siempre había ofrecido de manera generosa a quien lo necesitara, su corazón inmenso y ya eterno... Y el mío llora.


Estos días estoy triste. Le echo de menos, a él y a toda la gente que estuvo y no está (independientemente del tipo de ausencia). Y supongo que es normal. Me entristece lo que me duele, lo que no puedo entender. Me entristece lo que no es lógico y destroza vidas. Me entristece que las cosas pasen y muchas veces se queden ahí, esperando a que llegue el momento de un rescate que nunca llega.

Me escribió muchas cartas, cartas que siempre esperé; le gustaba soñar, como a todos entonces:

"Llega el otoño y la ciudad derrama estrellas sobre mí. La noche crece en el balcón y aún quedan sueños por cumplir".

Entonces y ahora; siempre quedan sueños. Miro a mis Pablos y sonrío. Él siempre quiso verme feliz a pesar de todos los dolores (que, por desgracia, no fueron pocos).

Mil abrazos al grupo y a la familia.
Jose, un beso estés donde estés.


jueves, 3 de junio de 2010

Cuando los besos curan

El beso “estimula la parte del cerebro que libera endorfinas en el torrente sanguíneo creando una sensación de bienestar”. Será por esto que mi hijo dice que los besos sirven para curar. Y si él lo dice...
Lo cierto es que no deja de ser una hermosa idea. Tan hermosa como científicamente demostrada. El beso, el cariño, en general, cura y, si no cura, como poco, alivia, calma, dulcifica, apacigua, atempera, atenúa cualquier tipo de dolor o sufrimiento; es más, los niños que no reciben cariño suficiente en sus primeros años de vida quedan marcados física y psicológicamente para el resto de sus días, evitándoles poder desarrollar patrones adecuados de conducta asociados al control del estrés y a las relaciones sociales.
Cuando estudiaba la carrera me impresionó poderosamente el concepto de "depresión anaclítica" también llamada "síndrome de hospitalismo". El término lo creó en 1945 el psicoanalista René Spitz para designar un síndrome depresivo sobrevenido en el curso del primer año de vida del niño, consecutivo al alejamiento brutal y más o menos prolongado de la madre. El trastorno presenta un terrible cuadro clínico difícil de imaginar y se puede dar en niños que viven abandonados en orfanatos o incluso en aquellos pequeños que pasan temporadas excesivamente largas ingresados en un centro sanitario. Por supuesto, y por desgracia, no es preciso un escenario concreto para abandonar a un niño; muchos de ellos, demasiados, sufren falta de cariño en entornos familiares aparentemente "normales".
Generalmente cuando un niño no recibe cariño suficiente en los primeros meses de vida puede producirse una regresión del desarrollo motor y, en general: decaimiento, pérdida progresiva de peso, insomnio agudizado, debilitamiento de las defensas del organismo frente a las infecciones que se repiten constantemente, llegando tristemente a un estado de miseria física que les lleva a olvidar sonreir e incluso deriva en un mutismo trágico . Y lo que me parece más horrible: la muerte.
El único tratamiento curativo del síndrome es el CARIÑO intensivo. Volvamos al principio; los besos curan. El beso del padre o la madre, del hijo o la hija, del amigo, del amante... Los besos curan.

"Los niños criados sin amor acaban siendo adultos llenos de odio."(Kardiner) En estos momentos seguro que todos estamos pensando en alguien a quien no le dieron demasiado cariño de pequeño. Alguien que dejó de sonreir, que mantuvo silencios extraños para su edad, que perdió el brillo de su mirada porque le faltaban abrazos. Todos los niños deberían de ser felices. Los adultos, por extensión, también lo seríamos. Los besos sólo cuestan ganas. Y ganas deberían de sobrarnos para hacer cosas buenas...